Fiebre, fatiga, tos o dolor de cabeza y garganta. Dificultad para respirar, afecciones gastrointestinales, dolores musculares y corporales o pérdida de gusto y olfato. Pocos son, a estas alturas, aquellos que no hayan sabido identificar algunos de los síntomas más frecuentes de la infección provocada por el virus que paralizó al mundo a comienzos del año 2020.

Sin embargo, mucho menos conocidas son las secuelas producidas a medio y largo plazo por la infección del virus SARS-CoV-2, las cuales, pudiendo durar meses, se aglutinan bajo términos conocidos como “Covid persistente”, “Covid-19 crónica” o “Síndrome pos-Covid 19”.

El Covid persistente es una nueva afección que afecta a algunas personas que han sufrido la infección por el virus SARS-CoV-2, y que, como parecen demostrar los hechos, no guarda relación con el proceso sufrido por el paciente en la fase aguda de la enfermedad.

De hecho, se trata de una afección de la que a día de hoy aún contamos con muy poca información, y sobre la cual, la falta de estudios rigurosos al respecto, ha instalado una incertidumbre generalizada sobre muchos de los aspectos que rodean a esta enfermedad.

El motivo por el que es tan difícil alcanzar una definición precisa de la Covid persistente pasa por el ingente número de síntomas asociados a la infección causada por el coronavirus, muchas veces analizados a través de estudios observacionales, sin un grupo control o con limitaciones o errores en su diseño.

Esto ha provocado que al día de hoy se contemplen más de 200 síntomas relacionados con la enfermedad, lo que conlleva una mayor dificultad para el diagnóstico y estudio de Covid persistente.

Aun así, algunos de los síntomas identificados más comunes y acotados por la literatura científica incluyen la pérdida en el sentido del gusto o el olfato, el cansancio crónico, tos recurrente y niebla mental.

Entra tantos estudios realizados, es posible que el Covid persistente puede ser provocado por una desestabilización del sistema inmunitario tras la infección aguda, la capacidad del virus de sobrevivir en en algunos tejidos, o la formación de pequeños coágulos de sangre durante la fase aguda de la enfermedad, lo que a largo plazo puede tener consecuencias a varios niveles, desde la circulación, pasando por el cerebro hasta las articulaciones.

De momento las opciones terapéuticas son escasas. Uno de los pocos tratamientos que ha mostrado cierta eficacia es la metformina, la cual es capaz de reducir la incidencia del Covid persistente en un 41 %, con una reducción absoluta del 4,1 %, según un trabajo publicado en The Lancet Infectious Diseases.

No todas las personas tienen el mismo riesgo de padecer Covid persistente, por lo que el riesgo no aumenta necesariamente con cada infección. A pesar de que la gran mayoría de la población se ha infectado, y que el número de infecciones y reinfecciones es mayor ahora que al principio de la pandemia, los casos de Covid persistente no solo no han aumentado proporcionalmente al número de infecciones, sino que algunos indicadores muestran que han disminuido.

Cortesía: National Geographic