El instinto de perpetuar la especie lleva a los seres vivos a arriesgarlo todo, incluso la vida. El sexo: la fuerza instintiva que mueve y perpetúa la vida, a veces a costa de la propia.

La reproducción significa para muchas especies arriesgar la vida, pero para algunas de ellas esta muerte es segura: hay animales que mueren a causa del sexo y su primera estación de apareamiento será la última.

Estos son tres de ellos:

1.El antequino pardo

El antequino pardo o de Stuart, también conocido como ratón marsupial de Macleay (Antechinus stuartii), es un pequeño animal que habita únicamente en una estrecha franja litoral del este de Australia. Estas diminutas criaturas ejemplifican a la perfección la máxima “crece rápido y muere joven”: las hembras, con suerte, pueden vivir unos dos años, mientras los machos no llegan a su primer aniversario. Y todo por el sexo.

Y es que estos pequeños marsupiales, al llegar a su primera época de celo, se entregan a un auténtico frenesí reproductivo. Durante dos semanas, los machos se aparean con todas las hembras que encuentran. Cada acoplamiento puede durar hasta 14 horas. Ni siquiera comen durante este periodo, pero consiguen una gran cantidad de energía metabolizando las proteínas de su masa corporal para transformarlas en glucosa, un proceso conocido como gluconeogénesis.

Este frenesí reproductivo causa en los machos una producción continua y desmesurada de hormonas del estrés que destruyen completamente su sistema inmunitario, garantizando de forma casi segura su muerte al cabo de pocas semanas, ya sea por enfermedades, infecciones o parásitos. Las hembras no corren una suerte mucho mejor: la mayoría muere tras dar a luz a su primera camada. Las que tienen más suerte (o desgracia, según se mire) sobrevivirán para vivir una segunda época de apareamiento y dar a luz una segunda camada, pero no pasarán de esta. Y no solo por el estrés: los machos son extremadamente violentos con ellas, sujetándolas por el cuello con sus dientes.

Foto: Alan Couch/NG

2.Mantis religiosa (macho)

Seguramente el caso de “sexo mortal” más conocido del mundo animal es el de la mantis religiosa (Mantis religiosa; sí, ese es exactamente su nombre científico), en el que la hembra devora al macho, empezando por la cabeza, para conseguir nutrientes para su prole. Aun así, este desenlace no es tan habitual como se cree y el macho tiene posibilidades de sobrevivir.

La supervivencia del macho depende básicamente del factor sorpresa: si puede abordar a la hembra cuando esté desprevenida e inmovilizarla, podrá realizar la fecundación con relativa facilidad; una vez fecundada, debe ser rápido y huir antes de que esta consiga sujetarle.

En un estudio de la Universidad de Auckland (Nueva Zelanda) se observó que los machos que conseguían inmovilizar a su compañera tenían un 78% de posibilidades de escapar con vida.

Este comportamiento caníbal de las mantis no se limita al sexo: a menudo también los recién nacidos devoran a los que aún no han nacido. La motivación es la misma: obtener nutrientes. Estos insectos son caníbales por naturaleza y aprovechan cualquier situación de indefensión por parte de sus semejantes.

Durante el apareamiento, lo tienen fácil ya que las hembras crecen más que los machos y pueden sujetarlos con facilidad durante el apareamiento.

3.El pato de collar

El orden de los anseriformes, que incluye a muchas familias como los patos, ocas, gansos y cisnes, es conocido por su agresividad. Este rasgo se manifiesta muy especialmente en la época de apareamiento, en el que los machos de algunas especies se vuelven muy violentos con las hembras, y ninguna especie lo ejemplifica mejor que el pato de collar o ánade real (Anas platyrhynchos), una de las más comunes en el hemisferio norte.

Durante la época de apareamiento, estos animales se convierten en auténticos acosadores, sin molestarse siquiera en intentar seducir a las hembras con bailes o cantos como hacen otras aves. Si un macho ve a una posible pareja se lanza directo a por ella; si hay más de uno, se lanzan igualmente y todos a la vez.

A veces, ni se molestan en comprobar si su víctima es una hembra – algo que sería fácil, puesto que los machos lucen colores mucho más vistosos – y terminan acoplándose con otros machos.

No hace falta decir que este comportamiento es terriblemente traumático para las hembras, que a menudo quedan heridas e incluso pueden morir. Pero ni siquiera esto detendrá a los machos, que seguirán apareándose con ella incluso cuando sea ya cadáver.

Cortesía: National Geographic